El Gran Duque rodeado de sus hijos y nietos. A la derecha, la Reina Doña Sofía - EFE
La realeza celebra el 95 cumpleaños del Gran Duque Juan de Luxemburgo
Figura indispensable en la historia europea del siglo XX, disfrutó de un concierto y una gran tarta rodeado de su familia. A los festejos se sumó la Reina emérita Doña Sofía
Enrique Serbeto
Bruselas
11/01/2016 04:27h
Actualizado:
11/01/2016 04:27h
Considerado como un héroe nacional, elGran Duque Juan de Luxemburgo celebró este fin de semana su 95 cumpleaños rodeado de su familia y de representantes de varias monarquías europeas. El único jefe de Estado aún vivo que participó en el desembarco de Normandía recogió el cariño del pequeño país al que sirvió durante 36 años de reinado. Un gran concierto de la Orquesta Filarmónica de Luxemburgo fue el colofón de las festividades.
Toda la numerosa familia Gran Ducal estaba presente en el concierto: su hijo, el actual Gran Duque Enrique, y su esposa María Teresa; el Gran Duque Heredero Guillermo y su esposa, la aristócrata belga Estefanía de Lannoy. También asistieron los Reyes de los Belgas, Felipe y Matilde, que son sobrinos suyos; la Princesa Beatriz de Holanda, con la que también le unen lazos familiares; la Reina Sofía de España y su hermano, Constantino de Grecia, acompañado por su esposa Ana María. Además, el Príncipe Hassan y la Princesa Sarvath de Jordania.
La Reina Doña Sofía. Detrás, la Princesa Irene de Gracia
La Reina Doña Sofía. Detrás, la Princesa Irene de Gracia- EFE
Todos los diarios de Luxemburgo han publicado con gran despliegue de informaciones a propósito de este aniversario y en las ediciones electrónicas se multiplicaban los comentarios de agradecimiento hacia un dirigente que dedicó su vida a la reconstrucción del país después de la devastación de la Guerra Mundial. Abdicó en el año 2000, una vez que Luxemburgo había logrado ser uno de los países más ricos de Europa.
El concierto de la Orquesta Filarmónica de Luxemburgo fue dirigido por el español Gustavo Gimeno, que eligió para la ocasión obras de Beethoven, Johannes-Strauss y de Tchaïkovski. Al terminar, la orquesta interpretó un clásico «Cumpleaños feliz», mientras el Gran Duque cortaba un gigantesco pastel.
Desde su abdicación, vive retirado en el Castillo de Fischbach, pero asiste regularmente a las conmemoraciones importantes. En 2014 participó en el aniversario del desembarco de Normandía con todas sus condecoraciones militares y junto a numerosos veteranos que participaron en aquella batalla decisiva para la libertad de Europa. Desde la muerte de su esposa en 2005 se le ha visto algo más retraído, pero cuando llega la temporada de verano no se pierde nunca acontecimientos como la vuelta ciclista a Luxemburgo, ya que siempre fue un gran deportista, así como dirigente del movimiento olímpico internacional.
El Gran Duque vivió primero en el castillo de Betzdorf desde 1953, tras su boda con Josefina Carlota, hija de Leopoldo III de los Belgas y tía del actual monarca del país vecino, Felipe, pero se trasladó a la residencia oficial de los Grandes Duques en el castillo de Berg tras la abdicación de su madre, la Gran Duquesa Carlota, en 1964.
El Gran Duque Juan es uno de los grandes personajes de la vida europea que ha recibido el prestigioso premio Carlomagno por su papel y el de su país en la integración continental. Su madre se preocupó de darle una preparación específica para sus funciones y en tres décadas de reinado dejó la huella de una gestión impecable en lo público y en lo privado. Stéphane Bern, un conocido presentador de televisión franco-luxemburgués, le ha dedicado un artículo en el que afirma que el Gran Duue es un «héroe nacional sin jamás haber buscado serlo, alguien que siempre consideró no haber hecho nada más que servir a su país. Siempre ha sido tal como lo amamos, un hombre simple y afable, dotado de esta humildad que caracteriza a los grandes hombres, como un gesto de cortesía a los demás y a la Historia».
Luxemburgo celebra boda real en un ambiente irreal
El príncipe Guillermo, heredero del Gran Ducado, se casa con la condesa Stéphanie de Lannoy, en un enlace al que asisten los Príncipes de Asturias y representantes de todas las casas reales
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CRISTINA PORTEIRO
Bruselas 19 OCT 2012 - 13:10 CEST
Los novios tras contraer matrimonio civil.Ver fotogalería
Los novios tras contraer matrimonio civil. GTRES
Hay historias tan perfectas que cuesta creer que existan. La del príncipe Guillermo de Luxemburgo (11 de noviembre de 1981), último príncipe heredero soltero de Europa, y la condesa Stéphanie de Lannoy de Bélgica (18 de febrero de 1984) no desentona en ese mosaico de cuentos infantiles de príncipes y princesas que desatan la imaginación y los deseos de verlos convertidos en realidad en quien los lee. Como todas las historias perfectas, su guion también cuenta con su propia banda sonora.
El original título de la pieza musical es I’m in love, compuesta por el músico luxemburgués Joel Heyard. De la letra se puede decir que cumple con las expectativas del título: “Todo lo que necesito es que estés a mi lado, nunca supe que podría sentir así. ¿Puedes sentir que eres la única para mí? ¿Puedes sentir que eres la única en quien confío?”. A los futuros esposos les ha encantado este regalo de boda, como grandes amantes de la música que se declaran. Para aquellos que no fueran invitados a la ceremonia civil celebrada el viernes o a la religiosa del sábado, sepan que la canción está disponible en iTunes y en la oficina de turismo de Luxemburgo.
Anécdotas musicales aparte, los preparativos de la boda han estado envueltos en una atmósfera tan discreta que no han dejado mucho margen a los escándalos que suelen envolver a otras casas reales. Todas las apariciones de los futuros esposos se han caracterizado por la superficialidad de las declaraciones, evitando entrar en polémicas en torno a algunas cuestiones. Pero no han podido eludir algunas preguntas.
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La pareja recibe a la ministra luxemburguesa de Familia, Marie-Josee Jacobs, y de Serena Boulkemoun, del Consejo Nacional de Estudiantesampliar foto
La pareja recibe a la ministra luxemburguesa de Familia, Marie-Josee Jacobs, y de Serena Boulkemoun, del Consejo Nacional de Estudiantes YOAN VALAT EFE
El coste de la boda, a cargo del erario público del país más rico de la UE, es de 350.000 euros, algo criticado por los luxemburgueses y defendido por el heredero del Gran Ducado: “Están convocadas un gran número de personalidades internacionales, algo importante para la imagen del país. Todo esto tiene, inevitablemente, un coste”, se disculpó Guillermo hace una semana ante algunos periodistas.
También se ha hablado mucho sobre la sospechosa celeridad con la que se han gestionado los trámites de nacionalización de su prometida, Stéphanie de Lannoy. Los luxemburgueses tienen la impresión de que la condesa ha recibido trato de favor, a lo que la aristócrata belga responde con un dudoso ejercicio de coherencia: “Me entristece que haya personas que piensen que he recibido un trato privilegiado. Creo que mi caso es especial, así que requería medidas extraordinarias”. Este viernes, la novia del príncipe Guillermo renunciará a su nacionalidad belga para abrazar la de su futuro marido.
Más allá de estos debates, lo cierto es que la sociedad luxemburguesa apoya a la institución, refrendada en 1919, algo que en algunos países, como el nuestro, nunca se ha experimentado. Guillermo, de la dinastía Nassau, está llamado a ser el sucesor de su padre, el gran duque Enrique I de Luxemburgo, que reina desde el año 2000, cuando su padre abdicó para que tomase el relevo al frente del Gran Ducado. A diferencia de su progenitor, casado con María Teresa Mestre Batista, cubana nacida en el seno de la alta sociedad anterior a la revolución castrista, con la que tuvo otros cuatro hijos, Guillermo contraerá matrimonio con una noble, rompiendo también con la tendencia de los últimos años entre la realeza europea de casarse con gente ajena a la aristocracia. El repertorio es amplio: el príncipe Guillermo de Inglaterra, con la joven burguesa Catalina Middleton; la princesa Victoria de Suecia, con Daniel Westling, su entrenador personal; Federico de Dinamarca, con Mary Donaldson, consultora de marketing; Alberto de Mónaco, con Charlene Wittstock, nadadora, y el príncipe Felipe, con la periodista Letizia Ortiz.
En contraste con algunos de estos casos, la condesa Stéphanie de Lannoy siempre se ha movido por los mismos ambientes que su prometido, con quien comparte también amistades. Así fue como se conocieron, según declararon al periódico luxemburgués Wort. A Guillermo solo se le conoce una novia antes de iniciar la relación con la condesa. Sus amistades en Alemania, donde recalaron ambos para su formación, fueron los hilos que entretejieron la relación, que a la vista de sus declaraciones parece sacada de una fábula. Stéphanie no se ruborizó al reconocer que cree en los príncipes azules: “No solo creo que existan, sino que además lo he encontrado”. La joven aristócrata ha vivido hasta ahora con sus padres en el castillo de Anvaing, en la provincia valona de Henao, pero tras el enlace se trasladará al de Colmar-Berg, residencia oficial de los grandes duques, donde esperan poder formar una familia numerosa para “continuar la tradición”.
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La historia de la pareja, la relación idílica que han cimentado, está tan bien narrada que cuesta creer en la espontaneidad de sus protagonistas. Todo está medido al milímetro, ninguna frase es ingenua o gratuita. Comparecen juntos como si tratasen de evitar discordancias involuntarias. Algunos medios, recuperando la memoria sobre las malas relaciones entre la madre de Guillermo y su abuela, Josefina Carlota de Bélgica, hermana de los reyes Balduino y Alberto II, han intentado indagar en el trato entre la joven condesa y su futura suegra. Lo único que ha trascendido es que a raíz de la reciente muerte de la madre de Stéphanie, el 26 de agosto, la gran duquesa ha apoyado con cariño a la novia en los preparativos de la boda.
Esta tarde se ofició la unión civil en el Ayuntamiento de la capital a la que seguirá una cena de gala en el palacio ducal. Mañana se celebrará la ceremonia religiosa en la catedral de Notre Dame (Luxemburgo) y un almuerzo en palacio. A ella asistirán los Príncipes de Asturias junto con una larga lista de representantes de la realeza europea que dibujarán, con la esperable pompa, el paisaje de una boda para la posteridad.